Observar las sequoias, los mayores árboles del planeta, nos invita a investigar sobre un aspecto esencial de su desarrollo: ¿cómo pueden subir el agua a más de 100 metros desde las raíces?. Sabido es que las células de las hojas necesitan para su funcionamiento la luz solar, el dióxido de carbono captado del aire y el agua, que contiene sales minerales y otros nutrientes, absorbida del suelo.
En principio recurrimos al mecanismo de la transpiración por el cual las hojas expulsan a la atmósfera agua en forma de vapor creando un vacío que debe ocuparse por el agua que asciende desde el suelo empujada hacia arriba. Torricelli en 1643 demostró que la presión atmosférica sólo puede impulsar agua hasta una altura de algo más de 10 metros por lo que otros mecanismos deben intervenir para rebasar esta cota.
La capilaridad consiste en la atracción que las paredes de los tubos leñosos, aquellos por los que circula la savia bruta, ejercen sobre el agua. Las moléculas se adhieren al interior de estos tubos y de esta manera ascienden. La causa está en la constitución química del tejido de los mismos, el xilema, que tiene características hidrófilas, es decir, atrae a las moléculas de agua mediante fuerzas microscópicas de carácter electromagnético llamadas fuerzas intermoleculares.
Pero no sólo intervienen la física y la química, la evolución, ese motor de biodiversidad y de adaptación de la vida al medio, ha propiciado otros mecanismos biológicos relacionados con la adecuación de células y tejidos para que los árboles crezcan de esa manera. Cambios rítmicos en la presión osmótica, aquella que depende de la diferente concentración de sustancias disueltas en los tejidos, movimientos de contracción y expansión alternadas de ciertas células y la presión radical, fenómeno causado por acumulación de sales en la savia bruta, ejercen un efecto sinérgico cuyo resultado es “eludir la gravedad” y poder transportar grandes cantidades de agua a tales alturas.
El método científico mediante la observación, razonamiento y experimentación nos lleva a comprender estas singularidades de la naturaleza. Estos árboles son además muy longevos, hay ejemplares con más de 2500 años, por lo que su existencia nos debe recordar que la naturaleza es fuente de sabiduría y ejemplo de sostenibilidad.
Rafael Enríquez Centella.